SABRÉ REÍR. ME REIRÉ DEL MUNDO.
El único ser vivo que puede reír es el ser humano. Cultivaré la buena costumbre de reír.
Y aprenderé a reírme de mi mismo, no hay que tomarselo demasiado en serio porque llega uno a ser cómico. Si tomo la vida demasiado en serio la puedo llenar de amargura. La preocupación que hoy me pueda parecer tan seria, parecerá insignificante dentro de unos meses o años; entonces ¿por qué darle tanta importancia? Qué puede preocuparme hoy, antes de que se oculte el sol, que con el correr del tiempo merezca la pena recordar?
Que mis sonrisas provoquen también sonrisas a otros. Nadie necesita tanto de una sonrisa como el que ya no tiene ninguna para dar. Y éste es un don que yo puedo regalar. Cada sonrisa puede ser pagada con oro y cada palabra bondadosa, hablada desde el corazón, puede ser principio de una gran y provechosa amistad.
Nunca permitiré que me vuelva tan importante, tan sabio y tan reservado y poderoso, que no pueda sonreír a los demás y reírme de mí mismo. En eso tengo que ser niño si quiero ser bendecido por Dios y por los demás.
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